domingo, 15 de julio de 2012

“La verdad no es un concepto científico”

Suena gracioso que se diga algo así sobre la verdad en ciencia, si la ciencia es la busqueda de la verdad y esta no es un concepto científico parece que los cientificos estaríamos un poco desorientados, o no? Aunque pensando en lo que comente anteriormente en las notas de Gödel y Newton da Costa (quizas también la de Krisnamurti desde otro lado) no deja de ser cierto que la "verdad" es desde un abordaje científico o religioso un asunto delicado. Quizás solo resulte posible hablar de aproximaciones a la verdad, entendidas como modelos (búsquedas personales...como propone Krisnamurti).... talvez estemos condenados (o absolvidos) a que no exista la verdad sin la mentira... así como Borges decía que todo gran libro contiene siempre su contralibro.... Dejando a un lado la seriedad que el tema reviste para la ciencia o la filosofía y la religión, porque no confesarlo, la verdad de la milanesa (la posta, como dicen los porteños de ley), quedara para la explicación a la que cada uno pueda arribar luego de mucho esfuerzo individual, en el fondo con cosas que probablemente trasciendan a la razón (como el amor), como para los cristianos el misterio de la santísima trinidad (que la fé y el amor les alcancen para salvar a la razón!), pero bueno, Él siempre perdona aún cuando la maquina y las partículas sean todas suyas...

Santiago


Sigue la nota de donde viene mi comentario:

Nota extraida de El País (España)


Ricard Solé (Barcelona, 1962) estudió Física y Biología, una combinación que le permite pasear sin mayores problemas por las distintas dimensiones del cosmos y abordar las grandes preguntas del universo a través de disciplinas transversales que empujan la ciencia hacia dimensiones filosóficas. Es profesor de la Universidad Pompeu Fabra, investigador del ICREA, el instituto catalán de estudios avanzados, y dirige el Laboratorio de Sistemas Complejos. Es también catedrático externo en el Santa Fe Institute, de Nuevo México, en Estados Unidos. Escribe en numerosas publicaciones científicas y ha publicado, entre otros libros, Redes complejas. Del genoma a Internet y Vidas sintéticas, ambos en la colección Metatemas de Tusquets.

PREGUNTA. Dice usted que en muchas de las preguntas fundamentales que se hace el ser humano, la ciencia ha ido ganando terreno a la filosofía, que parece haberse quedado sin herramientas para responderlas. ¿Qué dicen los filósofos?
RESPUESTA. Tenemos encuentros y desencuentros. Para mí tienden demasiado a menudo a quedarse en el terreno de las metáforas. Las grandes preguntas: el origen de la conciencia, el origen de la vida o el origen del universo, ya están en el campo de la ciencia.
P. ¿La ética, la moral…?
R. Uno pensaría que la moral no es un objeto científico y sin embargo esa suposición se está cuestionando seriamente. Desde la ciencia va emergiendo la idea de que la moral no es un concepto subjetivo. Por un lado nuestras inclinaciones a ayudar a los demás son el resultado de nuestra evolución como especie cooperadora. De forma espontánea, tendemos a ayudar a un niño que llora, y consideramos que ese comportamiento es el correcto. ¿Por qué? Sam Harris, en su libro The moral landscape, defiende muy bien esta teoría. Uno de los defectos de nuestra cultura es suponer que hay cosas como la moral que pueden relativizarse, lo que al final permite tolerar actos moralmente inaceptables.
P. De algún modo sería lo contrario de la asunción generalizada de que la ciencia tiende a relativizar y que el conocimiento crea ateos sin escrúpulos. Lo que usted dice es que todos los grandes principios éticos no son relativos, sino que son objetivables.
R. El conocimiento es la mejor arma contra la intolerancia. A diferencia de la religión, en ciencia los argumentos de autoridad o tradición carecen de valor. El sentido crítico es vital para avanzar y eso es algo que falla en nuestra sociedad y sobre todo a nuestros políticos.
P. En el último capítulo de Vidas sintéticas plantea la cuestión de la inmortalidad y cita a Mary Shelley: “Para conocer los orígenes de la vida, debemos primero conocer la muerte”.
R. Cuando tomamos una célula de nuestro cuerpo y la ponemos en un cultivo, se va dividiendo hasta que cuando lo ha hecho un número de veces determinado, se desencadena la llamada muerte celular programada. En cierto sentido, la conclusión es que somos mortales. Siempre hemos pensado que la mortalidad es el resultado de la evolución y tal vez de la termodinámica. Pero resulta que hay un mecanismo de control, basado en una proteína, la telomerasa, que es reversible. En las células normales la telomerasa no funciona, y los extremos de los cromosomas —los telómeros— se van recortando cada vez que la célula se divide, hasta que se termina el telómero y la célula muere. Las células madre son la excepción, y en ellas la telomerasa permite recomponer el trozo cortado cada vez. Las células cancerosas emplean esta estrategia reactivando la telomerasa, con lo que se vuelven inmortales. Son de hecho una versión deformada del cuento de Scott Fitzgerald El extraño caso de Benjamin Button: a medida que va pasando el tiempo las células tumorales pierden propiedades características de las células que llamaríamos adultas. Pero en este caso la inmortalidad tiene un precio muy alto. ¿Y qué pasa cuando a unos ratones transgénicos les pones estos genes activados en todas las células? Pues que viven el doble que los ratones normales y cuando mueren sus tejidos, su cerebro, sus músculos son jóvenes. Así pues, estábamos equivocados. A Mary Shelley le habría encantado.
P. ¿Cómo se crea vida sintética?

Uno pensaría que la moral no es un objeto científico y sin embargo esa suposición se está cuestionando seriamente
R. Aunque durante años hemos empleado ordenadores para simular sistemas biológicos, la ingeniería genética nos ha permitido, en la última década, construir en el laboratorio lo que antes solo se podía imaginar. Estamos solo al principio, pero ya es posible modificar células para que detecten células tumorales y las destruyan, o sintetizar antibióticos o desarrollar ordenadores biológicos. En cierto sentido, estamos cruzando fronteras que hasta ahora era impensable que se pudieran alcanzar.
P. ¿Y los filósofos qué piensan?
R. Algunos ya han entrado en materia, aunque en general creo que la mayoría se quedan atrás, y las cosas cambian con rapidez. Hablar científicamente de la conciencia hace quince años era inconcebible y ahora es algo normal.
P. ¿Hay una diferencia entre lo funcional y la verdad?
R. Claro. La verdad no es un concepto científico. Nosotros hacemos modelos del mundo, intentamos validarlos lo mejor posible y que sean predictivos; es decir, que cuando surge un nuevo dato el modelo lo pueda explicar. Esto es lo más cercano a la verdad que se puede llegar. Y no se puede negar la capacidad de las teorías científicas para explicar el mundo, más allá de cualquier visión religiosa.
P. ¿El bosón de Higgs es realmente la partícula de Dios?
R. El nombre de marras fue idea del editor del libro de Leon Lederman, que odia esa expresión. Si es algo, al final sería la partícula que matará a Dios, porque la teoría de Higgs forma parte de un cuerpo teórico impresionante entre cuyas implicaciones está la idea de que el Universo surge necesariamente de la nada. De nuevo, pisando los talones a la filosofía.
P. Decir que el Universo surge de la nada no deja de producir un importante vértigo existencial, desmonta todos los mecanismos que el hombre ha ido articulando sobre las grandes preguntas.
R. La gran mayoría de científicos son agnósticos, ateos o viven en la duda existencial. Desde el punto de vista del no creyente, al margen de donde viniera el universo, estar vivo es, como dice Richard Dawkins, un privilegio extraordinario. Somos extraordinariamente afortunados, porque de todas las posibles personas que hubieran podido existir, nos ha tocado a nosotros. Nos ha tocado la lotería.
P. En su libro utiliza constantemente referencias al cine. ¿Qué papel juega la ciencia ficción en la formación de un científico?
R. En las sobremesas, hablamos tanto de ciencia como de literatura y cine, y procuro que mis estudiantes aprecien películas como Eva o Blade Runner y que nos sirvan de marcos de discusión. Y es fantástico trabajar en un campo en el que tu distancia con la ficción sea tan pequeña. El otro día, en la pizarra, discutiendo algunas ideas con mi colega Javier Macía, me señaló: “¿Te das cuenta de que lo que estamos diciendo suena a ciencia ficción?”. Ya no es ciencia ficción.
P. ¿Qué autores de ciencia ficción son sus favoritos?
R. Ray Bradbury, que en paz descanse, con diferencia; Asimov, sobre todo en lo que respecta a las reflexiones sobre los robots y la idea de la historia humana como algo predecible. Philip K. Dick, por supuesto, todos ellos visionarios.
P. En su libro dice que alcanzar la capacidad de un cerebro humano está solo a un paso, pero también asegura que la capacidad de computación de un cerebro humano es imposible de conseguir con nuestros conocimientos actuales.
R. El problema no es la capacidad, porque hacia 2020 dispondremos de un ordenador con tantos bits como los que tiene el cerebro. Pero tener una máquina muy grande con muchos procesadores y con los mismos bits no es lo mismo que tener un cerebro. ¿Cómo procesa la información un cerebro? No lo sabemos. Estamos muy lejos de la inteligencia artificial. Pero se ha avanzado mucho y lo que apunto es que en el momento en que se den ciertas condiciones básicas, podría surgir espontáneamente la conciencia. Al fin y al cabo, los robots que se reconocen en un espejo o que mienten ya están ahí. ¿Quién sabe lo que nos espera?
P. ¿A qué campos se extienden estas simulaciones?
R. Desde la Física ha habido una invasión a la Economía y la Sociología. Creo que los físicos han hecho sus deberes y han desarrollado un marco teórico muy superior a la teoría económica clásica, que en muchos sentidos es anticientífica porque parte de hipótesis que no se aguantan, como que existe un equilibrio entre la oferta y la demanda, que los agentes actúan de forma racional y que disponen de la información completa y correcta. Y algunos investigadores esperan poder crear algo así como una historia artificial. No sé si llegaremos a crear una Psicohistoria, como la de Asimov, pero seguro que se descubrirán cosas inesperadas.

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